Todo empieza con un sueño

A veces hay ideas recurrentes rebotando en tu interior, que de tan insistentes un día no dejan más remedio que prestarles atención.

A mi me viene acompañando desde que se inició la pandemia, a principios del 2020.

Primero fueron unos leves acercamientos al «mundo camper», vía YouTube. Con esos «locos» que andan yendo de aquí para allá en una furgo, minivan, o lo que sea que tenga motor y ruedas y te permita vivir adentro. Pasaba horas mirándolos. Gente de todo el mundo, de edades y nacionalidades distintas, practicando una forma de vida nómada. Yo, mientras tanto, en casa. Encerrado por la cuarentena. Quizás, buscando por medio de estos relatos contrarrestar los efectos adversos de tamaña circunstancia.

Recuerdo haberme emocionado con algunas historias. Transmitían valentía. No es poca cosa enfrentar el cambio. Aventurarse a lo desconocido. En definitiva, se trata de una decisión de vida. Un volantazo crucial. Por eso comencé a admirar a estos personajes: de carne y hueso, con mensajes genuinos, y esa cuota de osadía que tal vez llevan dentro gracias al legado de algún ancestro. ¿Estarán, sin saberlo, rindiendo honores a algún miembro de su árbol genealógico? ¿Alguien que supo codearse con el riesgo y la aventura, tal vez?

A medida que el trabajo remoto fue instalándose en mi vida ofreciéndome la melodía de la libertad, fue que comenzó a estrecharse la distancia entre sueño (o ensoñación) y realidad.

Inicié entonces la etapa de la indagación. Averiguar posibilidades, costos, y cualquier otra información que resultase útil. Un proceso investigativo que me permitió apreciar cuán factible era el sueño. Porque todo es muy lindo, pero al bajar las ideas a tierra, un crudo manto de realidad está presto a caérsenos encima. La restricción económica es una valla a sortear. Lo bueno es que a veces se la supera, justamente, con ideas superadoras, no con dinero.

La etapa que le siguió fue la de los miedos. El momento en que se descubre que lo económico no es la única limitación. Sino esa leve incomodidad que aparece cuando uno comienza a imaginar concretamente cómo sería despojarse de su vida actual para pasar a vivir en un vehículo con ruedas, de ciudad en ciudad, enfrentando riesgos, y hasta el «qué dirán».

Las dudas hicieron, en esta etapa, un muy buen trabajo. Intentaron, de todas las formas posibles, convencerme que lo más conveniente era continuar viviendo tal como lo hace la mayoría de los mortales: en una casa estática, inmóvil, convencional, con código postal.

En este sentido, recordé algo que aprendí del mundo laboral: las pruebas previas son fundamentales para el nacimiento y la continuidad de un producto o servicio. Envalentonado por este concepto, decidí, antes de realizar una inversión significativa, actuar en modo beta. Es decir, hacer una prueba. El objetivo, de detectar falencias o errores a bajo costo. No vaya a ser cosa que a la primer salida a la ruta me arrepienta. Es por esto que decidí hacer un viaje iniciático. Tal como si fuera en una camper o caravana, solo que, en este modo beta, utilizaré el auto que uso actualmente, un sedan 4 puertas con baúl.

¿Que puede sucederme al intentar llevar a la práctica esta fantasía? No tengo ni la menor idea. Solo sé que servirá para chequear cuán comprometido estoy con este sueño. De las emociones que surjan, y el sentir que resuene, dependerá su continuidad. Por el momento, me imagino trabajando, cierto día, acompañado por el murmullo del agua a orillas del lago Lácar. O amaneciendo, rodeado de cabras, en un polvoriento sendero del noroeste argentino.

¿Me acompañás?

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